Que bien pudieran haber sido
“CIERTAS FRAGILIDADES” o “DUDAS PROFUNDAS”.
¡Ahí es nada¡
Dar el salto de un “manojo de
flores adornando a la flor principal”, de “La maestra y otros relatos”,
ramajes ornamentales alrededor, que la
enaltecen, a plantar, directamente un árbol, FRÁGILES CERTEZAS, cuando sabemos
que Mayte y la fragilidad son como el aceite y el agua.
Mayte, desde esa juventud que
va acumulando con los años, es de las mujeres que es capaz de “estar en misa y
repicando”, “nadando y guardando la ropa”, suyo es el don de la ubicuidad,
puede estar en varios sitios a la vez.
Tanto su inteligencia (saber)
como su voluntad (querer) están en continua efervescencia (aunque Unamuno me
corregiría y me diría que por qué hablar sólo de la “voluntad” y no de la
“noluntad”).
Tengo que decir (y lo digo
desde el principio) que me ha gustado, que me la he leído de un tirón este fin
de semana.
Que los personajes están bien
construidos, desde los abuelos (el viejo abogado y la sensata, filósofa e
imprevisible abuela) hasta los tres hijos de Julia.
Que los protagonistas,
varones (no me gusta decir “hombres”) y mujeres van mostrándose, dejándose ver,
desde la catadura moral de algunos hasta
el “bienser” de otros.
Que la trama discurre fluida,
con rápidas diapositivas narradas, pero que no hace perder el hilo desde que
sale del bufete y va deshilachándose, desarrollándose, desenrollándose hasta el
desenlace final.
Que los cortos, pero
profundos, monólogos confesionales han sido, para mí, un edulcorante del
argumento.
Y (tengo una debilidad), que
me hubiera gustado que, antes del END, verlos besándose en el Huerto de Calixto
y Melibea, y yo, escondido tras la Celestina.
(Pero otra vez será)
Dicen que, un día, le
preguntaron a Nietzsche por qué escribía tanto, a lo que el filósofo contestó:
“¿es que creéis que puedo dejar de escribir, que puedo no escribir”?
Así es Mayte.
Capaz de poner a andar
personajes macizos que, a base de incisiones, en forma de monólogos interiores,
van supurando su interioridad y mostrando al lector sus vivencias.
Monólogos en gerundio
reflexivo (“preguntándose”, “respondiéndose”, “acusándose y acusándole”,
culpándose y culpándole”, “lamentándose”…
Desde que Mayte echa a andar
a Julia ésta, va tan de prisa, que necesita tomar aire, hacer pequeños altos en
el camino, cambiando el diálogo vivo por el monólogo confesional, agujeros en
su alma por los que brotan y manan borbotones de recuerdos, de deseos, de
dudas, de reproches, de frustraciones.
Radiografías vitales, a fin
de cuentas.
Al revés que en los diálogos,
pensamientos directos, en los que se habla con los otros o se hace hablar a los
otros, los monólogos son pensamientos reflejos, hay que “hacer la comba” para
hablar uno consigo mismo y manifestarlo, además.
Cuatro varones (un psicópata
y dos “encoñados”) van desfilando por la novela de los que sólo el cuarto,
enigmático, cercano y distante, Ernesto, no tiene marcada la meta sino que es
él quien va acompañando y sutilmente marcándosela a la protagonista.
A los que acompañan una mujer
maltratada, una chantajista y Julia, la protagonista, a la que se le han caído
los palos del sombrajo. Unos cuernos han tenido la culpa.
Cada uno hace su vida
intentando adaptarse a las nuevas circunstancias que Mayte va derramando en su
caminar por el libro.
Mayte es más lamarkiana que
darwinista.
Sus personajes se mueven por
el “para” más que por el “porque”.
Como si los ojos estuvieran
hechos “para” ver y no que, si vemos, es “porque” tenemos ojos.
Al “para” de la realidad
novelada le corresponde el “porque” de la realidad real.
Las circunstancias nunca son
“causas”, sólo “ocasiones”.
De “las mismas causas siempre
se producen los mismos efectos, de manera necesaria”, pero “de las mismas
circunstancias o condiciones (las de la Revolución Francesa)
pudo salir esa revolución, otra revolución o ninguna revolución”.
El único “para” del que no
podemos escabullirnos es el que no está en nuestras manos, la muerte, “objetivo
y meta obligatorios de todo ser vivo” y “fin de trayecto”, del que no te apeas
sino que te bajan, porque has empezado a oler mal.
¿“Para que” tenemos que morir?
“Para nada”
¿“Por qué” tenemos que morir?
Porque el motor se gripa, los frenos no responden, el cuerpo derrapa y el
desguace, desde cualquier cuneta de la vida, espera.
Es verdad que todos aspiramos
a “la” eternidad, sabiendo que sólo podemos y debemos aspirar a “eternidades
terrenas”, a no morir del todo, a dejar rastro tras nuestra partida.
Del más allá nada sabemos
porque nadie ha vuelto a darnos noticias, de si sí o de si no, de si así o de
si “asao”, por eso nuestro inconsciente nos lanza a eternidades más a mano, más
en nuestras manos.
Nuestro instinto sexual nos
lanza a una eternidad, a un no perecer del todo, a un seguir vivos, a
perpetuarnos en la especie, a ser eternos en nuestros hijos, en ellos y a
través de ellos, en los nietos, esos “en los que el deseo de parecerse a la
imagen que de ella tienen” dedica Mayte este libro.
Nuestro cuerpo sigue vivo
transformado en otros cuerpos en los que puede seguirse el rastro de la
herencia. Todos somos hijos de Adán.
También queremos perpetuarnos
en las almas de los otros, en sus
mentes.
Dice Fernando Savater que “si
hay cultura es porque existe la muerte”. Y nadie, normal, quiere morirse. Por
eso crea cultura.
Cuando ya no estemos
estaremos, un tiempo, en sus mentes en forma de recuerdos, de imágenes, de
vivencias pasadas, pero a la tercera generación habremos desaparecido de sus
mentes, a no ser que “escribamos un libro” y Cervantes siga vivo, tras siglos
de ausencia física, pero con presencia mental.
Todavía es posible la
presencia cuando las distancias temporales y espaciales rompan la coetaneidad.
Nuestros pensamientos,
exteriorizados en un libro, garantizan la presencia, sobre todo si el libro es
bueno.
Dicen que lo importante no es
escribir un libro, sino que haya lectores del mismo, lo que siempre ocurre
cuando el libro es bueno.
Y este libro, Mayte, tu
primer libro, es bueno y somos muchos los que al leerlo, te tenemos presente
aunque estés en Amaduma, con la
Concejala de turno o solicitando el salón de actos de Cajamar
o en una de tus múltiples excursiones.
Escribir un libro es querer y
luchar por esta segunda manera de ser inmortal.
Lo del árbol ya parece que
hasta que no. Cultivamos macetas, jazmines y damas de noche en nuestras
terrazas. Y ellos nos alegran la vida.
La aventura de escribir es
una peregrinación desde el intimismo personal vivenciado al interior de la mente de los lectores
pasando por el exterior del libro.
Los motivos son empujones subjetivos
que uno puede, en el último momento, parar.
Somos más o menos libres de
tirarnos por la ventana, de lo que no somos libres es de parar el guarrazo que
vamos a pegarnos (obedeciendo a Newton)
Si la mariposa de Hong Kong
puede provocar un terremoto en Nueva York, las mariposas de la novela, en su aleteo
vital, acaban en Nueva York(es) particulares, que van, desde el suicidio a la
ceguera voluntaria, desde la paternidad imprevista a la liberación del maltrato
y a las dos mariposas liberadas y libres que comienzan a aletear juntas y en
compañía.
He paseado con ellos, como
acompañante invisible, disfrazado de cicerone, por mi Salamanca del alma,
intentando que vieran la Plaza Mayor,
churrigueresca, como “un cuadrilátero, irregular, pero asombrosamente armónico”
(en palabras de Unamuno) y les he indicado que hay un medallón, casi siempre
pintarrajeado, poco grato para los demócratas, poco noble para la historia, que
se ha colado entre tantos monarcas, escritores, músicos, arquitectos,…
Y, ante la Clerecía, les he obligado
echar la vista atrás, a mi Casa de las Conchas, en la esquina de los tres
“coños” (“coño cuanto cura”, “coño cuanta monja”, “coño cuanto frío” ante esa
mi casa durante cinco cursos, mi Universidad Pontificia.
Y los he espiado, envidioso, junto
a la Celestina,
en el Huerto de Calisto y Melibea, y envidiando esa mano en la cintura, en el
primer amago imantado, en la Peña Celestina
y con ocasión de la altura de unos tacones, inseguros, sobre el adoquinado.
Es verdad que, en la vida,
hay tres palabras que deberían ser tabúes, que deberían ser pecado humano y
nunca pronunciarse: “todos”, “siempre” y “nunca”.
El suicidio de uno, casi
hasta se agradece, la nueva paternidad asusta, el ciego voluntario que quiere
volver al lugar del maltrato extraña y
el enigmático personaje, siempre como recién duchado, va tejiendo la tela de
araña en la que Julia, inconsciente, irá cayendo en sus redes.
Porque tampoco Julia, siendo
mujer, se libra de que el oxígeno le llegue sólo al cerebro sin hacer parada en
el sexo y que el inoportuno teléfono móvil cause un “interruptus” en la
habitación de un hotel “que da a la Plaza
Mayor”.
La vida no tiene deudas con
nadie. Todo ser vivo debe indemnizar a la vida, que les hace el favor de
mantenerlos vivos.
Algo que he aprendido, de la
filosofía, es que los malos son malos, pero no son tontos y que, igual que hay
una “inteligencia benéfica” hay una “inteligencia maléfica”. Y en la novela
aparecen.
La Teología del dolor, del sufrimiento, no está de moda,
corresponde a otros tiempos.
Cada vez somos más conscientes
de que el dolor no es mérito de nada y para nada.
Ni Jesús sufrió por nosotros.
Lo pillaron en una redada y
no pudo escapar.
Fue mal juzgado, injustamente
condenado y triste y realmente crucificado.
No que voluntariamente fuera
al matadero para el sacrificio, para redimirnos. ¿Redimirnos de qué?. “¿Qué
delito cometimos // contra vosotros naciendo.//…)
¡Ay, si Cristo volviera!
“20 años siendo la mitad de
un todo”, el típico error que la religión nos ha grapado en el alma. La teoría
de la “media naranja”.
Un error, sobre todo (aunque
no sólo), femenino (el de la primera Julia, exprimida) hasta que se decide ser
una naranja entera, naranja de zumo y de comer.
El matrimonio nunca es “dos cuerpos
en un solo cuerpo”. El matrimonio son dos personas, con sus proyectos
individuales, personales y, también, un proyecto común, para el que cada uno de
ellos deberá ceder, pero no renunciar, a su propio proyecto.
La recién madre, Julia, que renuncia a su
proyecto personal en aras del proyecto común y que sólo se libera cuando el
otro anuncia paternidad exterior y se decide a ser naranja entera. Esa es la Julia de la novela.
¡Como si no fuera difícil,
ya, la convivencia con esa media naranja que se cree perfecta¡
JULIA NO ES MAYTE, ¡QUÉ MÁS
QUISIERA JULIA¡
Julia, ante la infidelidad de
Carlos, se encuentra, no con un nudo en la garganta, sino con un nudo gordiano
en el alma. Y encuentra la manera de ir aflojando y desatando su nudo, que es
crear nudos en los personajes novelados, inmiscuirse en los problemas ajenos,
irlos desanudando y, así, su pretendido nudo se va diluyendo, porque no era tan
gordiano, casi nudo, una simple lazada.
Me río cuando dicen que a
partir de los 70 se entra en el país de los achaques y yo, que ya lo soy, me
encuentro en un paraíso libre y lúdico.
Y Mayte, al ritmo que va,
creará y tomará posesión de nuevos paraísos y encontrará hasta “el Paraíso
perdido”.
Un abrazo.
Tomás Morales Cañedo